El último habitante del planeta era un inocente superviviente a la espera del día (o de la noche) de su muerte. Había veces en que ni se molestaba en abrir los ojos: a la espera de la muerte, deambulaba por las noches, buscando algo que hacer.
Un día encontró un cuaderno y empezó por garabatearlo. A los días, y viendo que la muerte no venía a por él, sus garabatos dejaron paso a confusos dibujos acompañados de palabras que juntas formaban un sinsentido. En poco tiempo, sus poemas ilustraban aquellas imágenes sin movimiento.
Fue entonces cuando le llegó la muerte.
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