De la tv actual, sólo estoy enganchado a una serie americana, que aquí en España han decidido llamar Sexy Money, pero que originalmente, el dinero no sólo era sexy, sino también sucio. Trata sobre el abogado de una de las familias más ricas de Nueva York. En cada capítulo es sometido a una serie de despropósitos y vejaciones, sobre las que siempre termina discutiendo con su mujer, en su casa, en su vida privada. Y su mujer (que se llama Kiki y es galerista de arte) siempre termina preguntándole por qué lo aguanta.

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- Oye... que me lo he pensado mejor.

- Ah, y por eso hoy has decidido llamarme, en lugar de escribirme.

- Eh, no, te podía haber llamado también el otro día, pero...

- No importa. Estás dentro.

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- Estoy en crisis -se dijo a sí mismo, como intentando recapitular, aunque yo siempre he dicho que lo mejor para pensar en escribir los pensamientos-. Estoy en crisis. No me falta el trabajo, y voy sobrado de dinero. Despilfarro cada fin de semana hasta que sale el sol; no me privo de comprarme las últimas marcas. Vuelvo todos los días a casa en taxi. Voy al teatro. Viajo. Cena fuera de casa. A mi cartera no le cuesta invitar siempre que sea (in)necesario. Compro revistas, cedés que no escucho, deuvedés. Tengo una tele nueva, de 40 pulgadas (o más). Mañana me voy a Lisboa. Hoy me he comprado un juego de maletas, cinco maletas de las que sólo me hace falta una. Sigo pagando mi alquiler, y estoy pensando en comprarme una moto. Grande. De 250. Pero, estoy en crisis.

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